Temática - La Antropología en la encrucijada: diálogos con el cine y la literatura
Coordinan: Díaz González de Viana, Luis (AACyL) y Díaz de Rada, Ángel (IMA)
Contacto: luisdviana@hotmail.com
Orden de intervenciones de este simposio.
Ya a mediados de los años 80, el antropólogo español Alberto Cardín se atrevía a postular, tras recordar que la antropología debía ser considerada -sobre todo- como una disciplina dialéctica, que uno de los diálogos que la naciente antropología española no debería desdeñar y posponer era el que en nuestro país siempre había venido manteniendo con la literatura: “campo magmático del pensamiento español -decía él- donde todo se conserva a cambio de perderse” (Tientos etnológicos, Júcar,1986: p. VIII). Y en parecido sentido, apuntaba Cardín que a la hora de plantearnos -como tantas veces se ha intentado- un reconstrucción de la historia de la antropología en nuestro país no deberíamos mirar tanto -o sólo- a las Crónicas de Indias ni a los frenólogos y folkloristas del siglo XIX, sino también “rastrear la perspectiva etnológica, implícita o explícita, que fecunda los trabajos de algunos de los grandes pensadores españoles, sobre todo de las generaciones del 68 y del 98” (Cardín, 1986: p. VI).
Y de la literatura al cine (por lo menos de la literatura al cine que cuenta historias) nunca ha habido demasiado trecho, aunque a veces esa distancia a algunos parezca hacérseles insalvable. Recordemos una vez más, con Cardín, a quien querríamos rendir así callado homenaje haciéndole servir de Virgilio o guía nuestro en este intento de simposio sobre humanas comedias, que tras leer el primer capítulo de El pensamiento salvaje de Lèvi-Strauus, se hace difícil o -según sus propias palabras- “no hay modoalguno de establecer diferencias entre el modo de operar del arte y el de la ciencia (o al menos de la ciencia moderna, donde, efectivamente, hypothesis finguntur” (Cardín, 1986: 156).
De ahí que propongamos con esos géneros artísticos aún considerados por muchos antropólogos como “sospechosos” (si no perniciosos para la “antropología científica”), es decir, con ese cine y esa literatura que plantean problemas sobre lo humano en forma de relatos, un diálogo abierto en este simposio nada vergonzante acerca de la más que legítima relación entre antropología, literatura y cine. Un simposio en que nos ocupemos -por lo tanto- de los siguientes asuntos, entre otros:
-Las modalidades de la representación textual (entendiendo aquí el concepto de texto en su versión más extensa: escrito, videográfico, audiográfico, e incorporando en el caso de la escritura verbal todos los aspectos tropológicos).
-Las estéticas textuales como modos de argumentación, en conexión con los problemas que tienen que ver con lo inefable, lo incoado, y -en general- con todos aquellos fenómenos que se encuentran en el límite (o más allá del límite) de la tradicional verbalización lógico-racionalista.
-Obviamente, no han de quedar fuera tampoco, sino todo lo contrario, aquellas aportaciones que tengan que ver con concretos ejemplos históricos de articulación de etnografía, cine y literatura.
-Ni ha de olvidarse el problema específico del montaje o ensamblaje, especialmente en relación con el problema del sentido, del sentido y el tiempo textual, del análisis de tiempos de producción y recepción, de los tiempos de la teoría y los tiempos de la experiencia...
-También resulta sugerente y necesario abordar el problema de las escalas de las narrativas, y en particular las imágenes éticas que se derivan de ellas. Es éste un asunto que tiene que ver con la dimensión comunicativa de los textos que construimos: en qué medida en esos textos alienta una evocación de la vida concreta, podríamos decir también local de las personas de carne y hueso, y en qué medida esa evocación se encuentra en tensión con las imágenes totalizantes, desencarnadas, herederas aún de la ciencia de lo grande que se puso de moda sobre todo durante el siglo XIX y buena parte del XX, y que hoy todavía constituye el formato más hegemónico de la ciencia tenida por tal.
Si la vida imita al arte, como tantas veces se ha repetido, parece que no menos a menudo la ciencia imitara a la ficción y, más en concreto, al cine o a la literatura. Pensemos por un momento en la conocida saga de “Parque Jurásico”. Hay tres películas ya filmadas y una en proceso, según ha declarado el inventor y productor de esta exitosa franquicia, el director Steven Spielberg. En la primera de ellas, se nos conduce -mediante una fábula sobre magnates e informáticos algo locos- a una interesante reflexión acerca de los excesos de la modernidad. Viene a decir su moraleja que revisar el pasado con los instrumentos tecnológicos del presente, es decir, jugar -por ejemplo- a demiurgos violentando la Naturaleza, puede alterar de manera trágica la realidad.
Sin embargo, no resulta irrelevante que -por su continuación ininterrumpida hasta hoy- la idea generadora de Jurasic Park (con todas sus secuelas), que está tomada de la novela del mismo título de Micheal Crichton, parezca inextinguible. Y que haya ido perpetuándose en el tiempo de modo paralelo a los avances que las ciencias de la genética iban desarrollando en el mundo real. De hecho, hay por ello quienes suponen que las visionarias narraciones de Crichton, él mismo médico con estudios de antropología y verdaderamente apasionado por los descubrimientos de la ciencia, habrían alentado y favorecido algunos de esos experimentos de clonación.
Y eso a pesar de que en película y novela parecería darse una cierta crítica o -por lo menos- recelo ante el cientifismo a ultranza; o -quizá- una sensata revisión frente a aquel desaforado conservacionismo ecologista de los años 70 respecto al cual Crichton se mostró en más de una ocasión resueltamente contrario. Pero no puede negarse que la historia del cine está jalonada -en todo caso- de grandes y pequeñas películas que entonaban sin ambages un decidido himno a favor del progreso y de los avances tecnológicos, pero también de emblemáticas distopías. Las utopías del pasado no son, en términos generales, menos atractivas ni peligrosas que las utopías del futuro, de modo que no ha de resultar raro que unas y otras a menudo parezcan coincidir en las sociedades contemporáneas. Hoy en día, de hecho, nos asedian tanto los delirios cientifistas del mañana como las invenciones nostálgicas de un ayer tradicional y en armonía. Ambas cosas, además, se venden en el mismo supermercado de lo global.
Así, la descripción o al menos vislumbre de un futuro atávico resulta casi recurrente en la cinematografía que se adentra y aventura en los siempre ignotos territorios del mañana. Es el caso de Blade Runner, una película de esas “de culto” para los cinéfilos, debida a Riddley Scott, donde se plantean visionariamente algunos de los principales problemas que la ingeniería genética está provocando ya en el presente. Puede no ser casualidad tampoco que el film se situara en un entonces lejano año 2019 y que ahora estemos a tiro de piedra de esa fecha presentada como fatídica.
Este relato cinematográfico que Scott, con su capacidad para producir imágenes impactantes, elevó a mito de la ciencia-ficción, también estaba basado en una novela, escrita por Philip K. Dick y de título verdaderamente inquietante: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? En la película se narra, mediante la presentación de un futuro distópico escenificado en una ciudad de Los Angeles dramáticamente fantasmal, la persecución a que son sometidos los replicantes, androides producto de la manipulación científica, a los que la policía se afana en "retirar" como deshechos genéticos sin derecho a sentimientos o una vida individualizada. Otras muchas prospecciones cinematográficas en el futuro abundan en diferencias de tipo tribal si no genético como ocurre en la misma Blade Runner o en la más reciente Avatar: se trata de películas en que bandas de individuos hostiles y desesperados recorren desiertos y mares tras un gran desastre nuclear; o donde nos encontramos con seres casi humanos a los que se estudia y con los que se experimenta para su explotación o final exterminio.
Pensemos en una obra pionera, Metrópolis, la inquietante película de Fritz Lang, en la cual la de Scott se inspira, como en una profecía casi cumplida. La trama de este film que sin provenir directamente de una obra literaria como todas las anteriores está impregnada -sin embargo- de literatura, se situaba en un remoto siglo XXI, y, en concreto, en el año de 2026, mientras que Blade Runner, la otra gan distopía cinematográfica, tan sólo -como se ha dicho- en 2017. Ya queda menos para ambas fechas y el mundo se asemeja más a lo profetizado por Lang y Scott, en lo que atañe a sus sombrías versiones del mañana, que al futuro tan optimista respecto al progreso técnico desplegado por la mayoría de las películas de Hollywood a lo largo de la pasada centuria. Y, películas o novelas aparte, las cosas están llegando -hoy- a un punto tan preocupante, no sólo en lo que atañe a la genética, sino también a muchas otras disciplinas, que se se va tornando cada más necesario e indispensable propiciar el diálogo y el debate científicos. Y no solamente entre profesionales de la ciencia, sino también entre la ciencia y la sociedad. Para decidir democráticamente qué tipo de sociedad queremos o consideramos como deseable. El camino de la ciencia, hoy, no puede reducirse a un monólogo de los científicos o un diálogo entre élites expertas, ya sean políticas o económicas. Lo que se haga o deje de hacer en este terreno nos afectará a todos. Y, por ello, el rumbo de la ciencia debe ser marcado por las aspiraciones más altas de la sociedad y no por rentabilidades comerciales o aprovechamientos bélicos, tanto si se trata de técnicas para preservar o alargar la salud como de artefactos para causar la muerte.
Creemos, pues, que este simposio sería una buena ocasión para fomentar una aproximación que hiciera énfasis en lo siguiente: las intersecciones productivas, en cuanto a la producción de conocimiento, entre modalidades de construcción textual que aspiran a producir diversos efectos comunicativos. Es decir, intentamos que el simposio trate de indagar en lo que puede dar de sí esa intertextualidad, como forma expresiva que siempre ha existido de un modo o de otro; y dejando aparcados o a un lado, en lo posible, los debates que ya parecen superados entre el carácter científico de la antropología (o de las distintas formas de practicarla) y en torno a la “postmodernidad” y/o “sobremodernidad”.
Lo que verdaderamente importa ahora es reflexionar sobre lo humano, sea cual sea la forma narrativa de hacerlo, llamémoslo ciencia o arte. Y esa reflexión, así como el diálogo con todas las disciplinas desde las que ello se haga, es -en nuestra opinión-competencia directa de la antropología y de los antropólogos.